Me siento como una gota, no como una común ni cualquiera. Una partícula de agua que, después del choque de dos frentes opuestos, surge de forma inesperada y abrupta. Un cúmulo de energías que al liberarse, suelta un precioso Vals entre el aire y el agua.
Este verano está siendo uno de los más, vamos a decirlo así, “ soleadamente lluvioso”. Y dirás ¿Cómo es posible este suceso?... Es soleado porque lo estoy pasando en Menorca, una isla preciosa del mar Mediterráneo en el que he vuelto a ver maravillosas mariposas nadar libremente sobre el aire. He perseguido lagartijas sin correr, solo con la mirada… Al principio me daban un poquitín de miedo, pero ahora sí pasara un día sin verlas, me parecería raro. A pesar de ser un paraíso, he descubierto que las gotas sí pueden llorar. Porque yo soy esa gota, que tras un día de sol mediterráneo, decide aparecer para humedecer mi rostro. Son días en los que llueve en seco, pero hoy ha sido un día muy lluvioso en el que la gota no ha llorado.